Los expertos en las construcciones dicen que el éxito de una pintura depende en un 70 por ciento de la preparación de la superficie, y por eso usar la lija adecuada y conocer la forma correcta de lijar va más allá de una simple operación, pues con ella efectivamente se agrega valor al producto final.
La lija se podría catalogar más como una herramienta de construcción que como un insumo, esto significa que tiene características especiales de corte, que hacen que el lijado se convierta en una operación de maquinado como cualquier otra.
Vale señalar que todas las lijas poseen una clasificación estándar en las que el grano se define por un número: cuanto mayor sea éste, menor será el tamaño del grano y más fino será el acabado obtenido. Pero existen dos principios básicos que deben regir cualquier operación de lijado: el tamaño del grano y la presión ejercida en el lijado.
La necesidad del lijado en los procesos de repintado es consecuencia de dos requerimientos para el repintado: la potenciación de la adherencia para el mejor anclaje de la pintura, y el nivelado de las superficies afectadas por reparaciones, es decir que la lija solamente se utilizarán cuando se pintará por segunda, tercera o cuarta vez una construcción, ya que en la primera no será necesario.
Para aplicar la pintura sobre cualquier superficie y garantizar su perfecta adhesión, se precisa un estado superficial determinado, es decir, con una rugosidad especifica en función del tipo de pintura a aplicar posteriormente y del material sobre el cual deba aplicarse esa pintura.
Es por esto que en todo proceso de pintado en el que la superficie a pintar no tenga suficiente poder mordiente, se hace imprescindible este lijado de la superficie a pintar hasta llegar al grado óptimo de rugosidad para pasar a aplicar la pintura y obtener un gran acabado.